lunes, 27 de julio de 2009

Editorial Apertura 22-07

El miedo se percibe como la alteración de un estado que se supone normal. La dificultad que plantea la normalidad en un estado emocional se disuelve en cuanto se formula la siguiente pregunta: ¿El miedo a qué? Es decir, si referimos su significado hacia alguien o algo es donde surgen las hipótesis científicas más plausibles. Pero se corre el riesgo de perder la historicidad que posee el concepto. Parece lógico aceptar que, salvo que uno cuente con menos de 10 años, drácula ya no es lo mismo de antes. La razón de tal desprestigio no se debe a la falta de profesionalismo de los actores de Hollywood, más bien a cierta resistencia contemporánea a creer en vampiros. No así con fantasmas, luz mala, espíritus malignos aficionados al juego de la copa, etc. Pero antes de continuar indagando debemos realizar una aclaración: el miedo no es un “julepe” cualquiera inventado por el gracioso de turno. En medio de una película de suspenso, cuando los espectadores están en el clímax de la concentración, basta que uno aplauda para que los inocentes televidentes posean una serie de fuertes emociones; desde la incorporación brusca hasta parar el corazón con los dientes, y finalizar con palabras referidas al chistoso que la prudencia nos impide repetirlas. Entonces podemos inferir que el “julepe” es hijo de la ocasión al igual que el miedo, pero con profundas diferencias psicológicas y/o de gusto.
El miedo evoluciona junto con al hombre, el recorrido histórico de uno y otro reformulan el destino compartido. Salvando la vaguedad de estás líneas podemos afirmar que el miedo no discrimina, todos lo sentimos y no se modifica en tanto racional o irracional; se puede temer a lo desconocido como al propio espejo y es muy permisivo al manipuleo amateur o profesional. Sin lugar a dudas, y gracias a investigaciones recientes, es uno de los pocos sentimientos instintivos en el ser humano. Sin embargo vale una objeción, los resultados de los instintos perecen junto a las épocas. Por lo tanto, persiste la posibilidad de que algún día las personas no teman frente a seres de la misma especie. Infinidad de accidentes pueden evitarse si las señoras mayores aprenden que tres vagos no la obligan a cruzar la 9 de julio justo cuando el semáforo da luz verde a los automóviles.

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