Muchas personas creen que el mundo es como es porque la gente tiene intenciones. Es variada la cantidad y calidad de estas, de todos modos el reproche es por no tener nada más que brindar. Intenciones, no acciones. El autor de estas líneas se reconoce en su papel de juez universal, castigando a quienes sólo les veía esa forma de actuar. Acepta su culpabilidad y pasará a explicar desde donde habla para que la pena no sea inmensa. En adelante las personas con intenciones serán llamadas "intenciosos", aquellos que las reciben o bien las critican serán los "accionistas". Entonces, la característica principal de los intenciosos es ser temerosos, porque actuar implica riesgos. La posibilidad de acertar en el propio destino corre riesgo de desdibujarse ante contrariedades foráneas. Sin embargo, hoy en día es aceptada la siguiente sentencia: quienes luchan por su vida, aún cuando los resultados no sean los esperados, difícilmente pierdan algo. A menos que sospechemos que los sueños se pierden, nada más alejado de la realidad. Los sueños, por su caracter intangible, no poseen la cualidad de extraviarse, antes bien quienes lo sueñan corren ese riesgo. Para que suceda eso es necesario que el sueño no sea auténtico, más bien comprado en este gran mercado de ilusiones en el que se transformó el mundo. Así parecen pensar los accionistas. Después de lo dicho, nada novedoso por cierto, pasaremos a ocuparnos de los intenciosos. Aquellos seres que parecen poseídos por la mediocridad, sin sueños o deseos, y obviamente, no se valoran a sí mismo. Lo cual trae la consecuencia de no valorar al prójimo.
Ahora vienen las preguntas acostumbradas: ¿Será que los intenciosos están abrumados por la realidad y que, por ese motivo, esconden sus sueños en intenciones evitando que el paso del tiempo los deje tirados en cualquier lugar? Es extensa la pregunta y puede resolverse con un si o un no, esa es la naturaleza de los accionistas. Sin embargo las intenciones así sentidas bien pueden ser esperanza, y de eso también come el alma.
