lunes, 16 de marzo de 2009

Parte de la estupidez

Es raro ver cómo cada uno de nosotros actúa en diferentes situaciones. Cómo le ponemos expectativas a cosas que en realidad no nos ofrecen ninguna certeza ni un beneficio real, concreto. Y estoy hablando de personas. Personas que casi no conocemos y a las que sin embargo les cargamos la responsabilidad de ser los escritores de las páginas más lindas de nuestro incierto futuro promisorio. Por supuesto, sin que ellos lo sepan. Y creamos en nuestro imaginario situaciones ideales junto a esas personas, manteniendo los mejores momentos, creando los mejores pasajes, disfrutando de cada instante. Todo irreal por cierto.
De todos modos, lo peor no es poner expectativas falsas, o mejor dicho, expectativas injustificadas en alguien más. Lo peor viene cuando nos encontramos con el dolor que se origina al enterarnos de que todas esas ideas depositadas en el otro se ven desmoronadas por un NO rotundo, por una negativa de querer ser (el otro) el artífice o responsable de todo eso, por supuesto, sin siquiera saber (el otro) que podría serlo. Y sin siquiera ser cierto todo eso que imaginamos, todo ese ideal que creamos en torno a alguien más y en torno a nosotros mismos. Pero aún siendo conscientes de eso, no podemos evitar sentir el dolor mencionado anteriormente.
¿Pero hablamos de dolor? ¿O de humillación por recibir otro golpe a nuestro orgullo? ¿Del ardor que causa la herida a nuestro ego, de la angustia por haber recibido un rechazo más o de la vergüenza a causa una muestra más de nuestra estupidez?
Todo puede ser.
A veces el hombre es inexplicable. Muchas veces es absolutamente predecible.
Y otras, es típicamente hombre.