viernes, 10 de julio de 2009

Editorial de Apertura - 08/07

Solo dos cosas se pueden pensar y decir sin hablar del concepto en sí, ellas son la muerte y la nada. No pocas veces se intentó intercambiar sus significados pretendiendo un súbito silogismo entre estos dos y la tristeza. O bien, definirlos como sinónimos. Sin embargo, las múltiples aplicaciones prácticas que poseen ambas categorías nos confirman la locura subyacente.
Intentaremos comprender y describir a la muerte utilizando conceptos científicos. Antes de comenzar vale la siguiente aclaración: somos propietarios de un gran problema metodológico. En primer lugar el miedo infundado de nuestros científicos, toda vez que alguien reflexiona sobre este tema abundan las hipótesis auto-referenciales. En segundo lugar cabe la siguiente pregunta ¿Cómo describir la muerte sin estar muerto? De más está decir que no tuvimos muchos voluntarios dispuestos a enfrentar el experimento de morir para luego contar qué sucede.
Para anticiparnos al desánimo, decidimos evaluar las estadísticas arrojadas por nuestras investigaciones. La conclusión fue que todos, de alguna forma u otra, nos morimos. Notable afirmación si se la coteja con el sentido común, sin embargo los especialistas no se arriesgaron a validar la premisa hasta constatar que Víctor Sueiro estaba bien muerto. A pesar de ello, tuvieron que aceptar la reciente información que divulgó Sergio Dennis. Sobre este punto se argumentó de la siguiente manera: Víctor Sueiro moría y resucitaba, luego murió definitivamente, ergo Sergio Dennis también correrá el mismo destino. Más allá de estos problemas surgieron algunas afirmaciones para nada despreciables:
1) La vida y la muerte mantienen una relación dialéctica, cuya síntesis es disputada por todas las religiones que se precien de tal.
2) Es un hecho social en cuanto representación de destino general, concepto denostado por liberales de toda cepa por recordarles la igualdad comunista.
3) Existen varios tipos de muerte. La primera es la tradicional: el vivo deja de ser vivo cuando no respira. La segunda es la carismática: el muerto renace o reencarna luego de un breve periodo a perjuicio de la normalidad de una determinada época, también llamada la muerte farandulera por buscar fama en vez de descanso eterno. La tercera es la legal, contemporánea aún con serias excepciones, la característica fundamental es que uno no puede declararse muerto sin un médico forense o legista.
En rigor a la verdad, no la encontramos. Deseamos que la comunidad científica internacional reflexione sobre esta situación. Parece obvio, y más necesario que nunca, cierta seguridad frente a la muerte. Los gobiernos deberían invertir cuantiosos fondos para, no sólo prevenir, sino llevar calma a la ciudadanía. Imaginen la popularidad que tendría un gobierno que pudiera transmitir en cadena nacional lo siguiente: a partir del día de la fecha, y según importantes investigaciones, llegamos a la conclusión de la existencia de la vida eterna. En cualquier caso, parece más probable solucionar el miedo a la muerte que el conflicto por las retenciones.