jueves, 11 de junio de 2009

Apertura 10-06

La realidad no suele combinar sólo prendas blancas o negras, más bien parece vestirse sin prestarle mucha atención a la moda o el buen gusto. Por esta razón, las decisiones que lucen más simples, al final, resultan difíciles de comprender. Imaginemos a alguien que intenta salvar a otro de un peligro. Esta decisión, heroica por cierto, esconde una serie de decisiones previas nada inocentes. Primero debemos precisar si está bien o mal hacer tal cosa, luego juzgar y sentenciar a alguien como desprotegido o aún peor, incapaz, además de catalogar a alguien o algo como potencial peligro. Todo esto, que podría tratarse de un trabalenguas diseñado para despistar al oyente, no es más que una breve descripción. Porque todas las decisiones que tomamos son parte de una cadena de decisiones y, como cualquier cadena, basta que uno solo de los eslabón falle para que todo termine muy mal.
Por lo general, la cadena se observa cuando ya conocemos el resultado de la decisión y, también se sabe que con la tapa del diario de mañana cualquiera arma el equipo para salir campeón. El problema es que dicha cadena, es decir nuestra vida, a veces parece pedir un eslabón en particular. No cualquiera, sino ese eslabón. A esta situación se le suma el apuro que posee la actualidad, podemos asegurar que un segundo actual no es –ni de lejos- parecido a los segundos de antes. Por lo tanto, la reacción suele viajar en avión y nosotros, que debemos responder sobre sus consecuencias, seguimos a pie. De esta manera se hace necesaria una pausa. Y siguiendo con términos futbolísticos, podríamos decir que la jugada pide parar la pelota y levantar la cabeza para pensar el próximo movimiento. Porque no en todas podemos ganar el mundial, pero si perderlo.
Claro que existen presiones, para eso están los jefes, la familia, las miradas de otros, etc. Pero recordemos el ejemplo inicial: estamos decidiendo qué es el bien y qué es el mal. Por lo tanto, si vamos a ocupar el lugar de Dios por unos instantes tengamos cuidado, tal vez con nuestros actos heroicos estamos sentenciando que es bueno que el salvado sea un incapaz. (Por no poder salvarse así mismo).

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