martes, 8 de septiembre de 2009

Silencio

En teoría, somos dueños de hacer y deshacer a nuestro antojo, siempre dentro de ciertos límites. Entonces podemos ir hacia allá, volver, jugar, leer, descansar, escribir, pensar, decir, callar. Y es esta última opción la que me interesa. Decidir callar es optar por el silencio. O es decidir hacer tanto ruido como el silencio puede generar. Se lo toma como signo de fragilidad, como un reflejo de nuestra incapacidad de decir, sin tener en cuenta el significado que en sí mismo posee, como si callarse no estuviese cargado de connotaciones.
Puede dejarnos sin respuestas, puede dejar abierta la puerta a miles de preguntas; algunas veces necesita ser explicado, en otras las palabras sobran; pide ser respetado o pide a gritos una reacción; a veces denota ignorancia, otras quiere ignorar; es tan necesario por momentos y genera un vacío tan grande en otros que se torna casi insoportable. Puede ser disfrutado o puede ser insostenible. Es la respuesta más sórdida para quien busca una palabra como respuesta. Paradójicamente, muchas veces lo pedimos a gritos. Quienes conviven con el dicen que desde allí no hay retorno. Puede ser el comienzo de algo, puede ser una pausa en el discurso para enfatizar lo que sigue, o puede suceder al punto final, dándole a este último sentido.Algo que nos genera tantas cosas no puede ser del todo bueno o del todo malo, sí es recomendable prestarle atención. Lo ideal es saber manejarlo, pero a veces es muy difícil entender los silencios, sobre todo cuando estamos tan acostumbrados a que las respuestas vienen desde alguien más o de alguna explicación casi tangible.
Enfrentarse al silencio es casi enfrentarse a uno mismo. Y para muchos, a veces, es mejor hacer ruido...

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