sábado, 4 de julio de 2009

Editorial sobre la Libertad - 01/07

Suponemos clásico el hecho de decir algunas palabras, antes de comenzar el programa, para informar al público sobre cuál será el tema que ocupará la apertura. Clásico no porque esta idea sea exageradamente buena y se remonte a un tiempo indescifrable, más bien por ser reiterativa. Según nos apreciamos, con el paso del tiempo, nos dimos cuenta que muchas de las ideas discutidas en los programas, al final, nos remitían a la libertad. Entendida como capacidad de elección individual en tanto causa de nuestras opiniones o acciones. Los interrogantes son muchos, pero se resumen en dos:
Primero, ¿elegir es sinónimo de libertad?;
y otra no menor es, ¿podemos ser libres de elegir lo que pensamos?
Muchos contemporáneos asumen correcta la afirmación de que cuando eligen son necesariamente libres. Sin embargo, la realidad, cuyo oficio es contradecir lo sencillo, nos ofrece algunas resistencias. Por ejemplo: a partir de nuestro gusto somos libres de elegir entre esta campera o aquella. Pero la elección supone, también, la posibilidad de negación. Es decir, no preferir ninguna de las dos y por tanto no comprarlas. El problema al que se enfrenta nuestra preciada libertad es que, en esta época del año, andar sin campera es garantía de una enfermedad. Por lo tanto nuestra libertad queda seriamente dañada. Alguien podrá objetar que, en verdad, intenta suicidarse en forma lenta y agonizante con un resfrío. Entonces decide con total libertad preparar su muerte a partir de poseer más de 39º de fiebre. La respuesta lógica que se nos ocurre es que dicha persona es, por lo menos, un estúpido. Lo cual permite afirmar, implícitamente, que su libertad estaba dañada desde el vamos.

Después de este ejemplo, hablar sobre libertad en términos absolutos es difícil. No sólo porque ninguna casa de ropa nos ofrece el modelo exclusivo que nuestro gusto anhela, sino por cierta estupidez que todos sufrimos.
Como dijimos, pretendíamos cerrar con el círculo de ideas que orbitaron en todas nuestras aperturas. Ahora sabemos que la libertad absoluta es tan abstracta que nuestra estupidez la ningunea.
La otra posibilidad es tratar a la libertad como requisito previo del individuo, en tanto sujeto que se da una identidad. Sin embargo hablar de sujeto con identidad propia nos obliga a pensar en los sujetos con identidades. Es decir, en plural. Por lo tanto, y a condición de formar parte de una especie social, debemos procurar con nuestra libertad individual la libertad de todos.
Ahora sí estamos seguros de haber errado con nuestro propósito. Porque sin quererlo llegamos a la conclusión, nada novedosa pero sí sin suficiente publicidad, de que con nuestra libertad debemos pensar en las condiciones necesarias para que todos los individuos desarrollen su propia identidad. Obviamente, eso nos lleva a los brazos de otra idea madre: la igualdad. Pero, y a riesgo de que nuestra radioplatea psicoanalítica nos detecte cierta perturbación edípica, la dejaremos para más adelante.

No hay comentarios: