jueves, 25 de junio de 2009

Editorial - Apertura 24-06

Hablar sobre los límites que posee o debería poseer un individuo siempre es controversial. Lo políticamente correcto supone al ser humano como propietario de una libertad absoluta. Pero más allá de los problemas metodológicos que acarrea la palabra propiedad unida a la libertad, nos surgen algunas dudas. Porque a poco de comenzar a reflexionar sobre los límites, la idea de libertad absoluta nos causa algo de pánico. Las experiencias personales nos afectan, obviamente, al momento de decidir sobre esta cuestión pero algo parece seguro: en algún punto, bajo determinadas circunstancias, todos tenemos un límite para nosotros y, fundamentalmente, para los demás.
La incógnita es: ¿el ser humano debe poseer límites? La respuesta varía según el lugar que se quiera ocupar. Si la pregunta está dirigida a nosotros mismos, ya acostumbrados a las bondades y principalmente a nuestra maldad, creo que todos responderíamos que no deberíamos tener límites. Pero si la pregunta es referida al resto de los mortales, encontraríamos muchos ejemplos que nos harían desistir de un mundo sin límites. Es decir, en tanto la pregunta esté referida a mí –rey absoluto del universo y única garantía que poseo para que todo no se desmadre- la respuesta es libertad absoluta. Pero si miramos a nuestros súbditos –deseosos de ocupar nuestro trono y sin conocer en detalle sus intenciones presentes y futuras- la respuesta es: algunos límites no vienen nada mal. ¡Mirá si en una de esas este loco decide, después de unos meses, convertirme en mesita de luz viviente!
Por esta razón, y otras menos profundas, se resuelve necesario el límite. Hasta dónde y quién será el encargado de evaluarlo y aplicarlo es otro tema. Toda la historia de la filosofía, la religión, etc. puede leerse como la intención de delimitar al individuo. Porque si bien nos abren caminos para que seamos libres, no es menos cierto que somos libres sólo por ese sendero.
Si se me permite una reflexión final, sospecho de las personas que dicen no poseer límites. En el mejor de los casos, corren desnudos por el sendero pero cuidando de no pisar las flores de los canteros. Además prefiero las personas que reconocen sus límites pero intentan romperlos cada tanto. Por último, nadie puede por sí solo romper con todos los límites. ¿O acaso suponemos posible borrar 10.000 años de historia cultural, religiosa y política? En todo caso, parece mejor quienes corren desnudos pero a contramano, que quienes prefieren viajar en dirección correcta con la única bondad de peinarse como flogger con un porro en la mano. Si la libertad viene sin envoltorio es más fácil de reconocer que cuando está preocupada por su simbolismo.

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