jueves, 28 de mayo de 2009

Apertura 27-05

Existen dos tipos de frustraciones. Las primeras, tal vez las más notorias, son las que llamaremos patentadas. Las segundas son las genéricas. Para explicarlas, utilizamos la terminología, a modo metafórico, de los laboratorios con respecto a los medicamentos que producen, ¿porque acaso no es verdad que muchas de las frustraciones contemporáneas se “curan” con pastillas o remedios?
Entonces, las primeras, las patentadas, son aquellas que poseen nombre propio, es decir: parejas o matrimonios imperfectos, trabajos que desgastan nuestro intelecto más que nuestra energía, hijos que parecen poseídos por nuestros peores miedos, etc.
La segunda categoría, las genéricas, son aquellas que no tienen demasiado claro quién obtiene los beneficios. Aclaremos que en las anteriores, posiblemente, tampoco existan beneficiarios; sin embargo el marketing y la publicidad ayudan al convaleciente a saber a quién recurrir para presentar reclamo. Dentro de las genéricas encontramos situaciones tales como: esperar más de 40 minutos un colectivo, viajar en tren “jaula” en las líneas Roca o Sarmiento, el chusmerío laboral que acredita nuestra escasa suerte ante el posible ascenso, entre otras.
De esta manera, distinguimos con claridad las actitudes del ser frente a su coyuntura. Pero algo raro debe estar sucediendo, ya que la humanidad parece mejor predispuesta a pelear contra las genéricas, que contra las patentadas.
Diversos intelectuales opinan que conocer con nombre y apellido a nuestro disgusto no nos reporta mayores soluciones. Al contrario, nos plantea un escenario futuro de aumento en la conflictividad y eso, justamente, es lo que todos buscan evitar. Si conocemos la causa de nuestra frustración nos obliga a enfrentarla, pero esta simple cualidad nada dice sobre los recursos necesarios para llevar a cabo la tarea. Ej.: María Gutiérrez, la esposa, es la frustración patentada. Entendida como orígen de las cosas que no le salen al esposo como él deseaba. A partir de ese momento, él debería luchar por modificar o cambiar la frustración por felicidad. Sin embargo Juan Gonzáles, el esposo, no se siente preparado para romper la relación por miedo o incapacidad.
Luego de este claro ejemplo, resulta muy simple entender por qué es más fácil insultar a Dios o al tránsito por esperar al 40 durante cuarenta minutos, que insultar al espejo por cobarde o tarado.

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